Este curioso, bello y pintoresco pasaje de Núñez se llama Ushuaia y su nombre lo pusieron los vecinos. Está ubicado entre la actual calle 3 de Febrero al 2800 y las vías del Ferrocarril Mitre, ramal Tigre.
Su historia se remonta a los años setenta del siglo diecinueve, cuando el trazado del tren impidió el acceso a los propietarios cuyos frentes daban a las vías. Y tiene que ver con una necesidad urbana, ya que había que dar una solución a esos vecinos víctimas del progreso.
No sé si por propia voluntad o por la sugerencia de las autoridades, los dueños de los terrenos de la mitad de la cuadra -vereda oeste-, con frente a 3 de Febrero, cedieron una senda de aproximadamente cinco metros de ancho por cien de largo, con todas las características de una servidumbre de paso pero sin instrumentación documental.
A raíz de esta servidumbre de hecho, conservó su característica de pasaje privado hasta mediados de la década del treinta, ya en pleno siglo veinte.
No recuerdo si en 1935 o 36, el Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires dictó una ordenanza reconociendo a dicha arteria como de naturaleza pública.
Pero esta norma, nunca fue después perfeccionada por hechos administrativos consecuentes. Por tal motivo, el catastro municipal no reflejó la nueva condición pública del pasaje no obstante figurar la referida ordenanza, con su número y fecha, en la plancheta correspondiente.
El realismo mágico surgido de la burocracia administrativa mantenía en el dominio particular un pasaje sin dueño, pese a las siete puertas de las siete casas que dan al mismo y que, por ese sólo hecho debía cambiar su condición privada de origen.
Así fueron las cosas hasta que, en los primeros años del siglo veintiuno, un par de especuladores inmobiliarios compraron una de las dos propiedades cedentes del paso (la otra es mi casa). La idea era construir, allí, una torre de más de 17 metros de altura con una pared medianera al pasaje.
Era la clásica avivada que se aprovechaba de un error formal, de una omisión, para hacer un pingüe negocio en demérito del patrimonio urbano. Comenzaron las tareas preparatorias, derrumbaron la vivienda que había y, si bien los vecinos —conmigo a la cabeza—, impedimos la realización del esperpento a través de una presentación ante las autoridades del gobierno de la ciudad, no pudimos, sin embargo, evitar la tala de un pino centenario que había en el terreno.
Pero logramos preservar el pasaje en el contexto original, con sus casitas sencillas, el fondo de ladrillos de la vieja fábrica de corchos “Cardillac”, el balcón de mi casa, los malvones y la acequia, que era lo realmente importante.
Y como final con el auxilio de un tango, parafraseando a Francisco García Jiménez:
“Malvón, balcón y sol,
en su acuarela
la callejuela
de Núñez pinta…” (Malvón)