Como generalmente las críticas más feroces comienzan diciendo algo así como “no quisiera que esto pareciera una crítica, pero…” y ahí aparece la andanada, vamos a decirlo claramente: esto es una crítica. No a alguien determinado, sino a un estado de cosas que viene arrastrándose desde siempre, o al menos desde hace décadas.
Nos referimos al estado de las veredas. No existe una ciudad civilizada que, en este punto, ostente un grado de deterioro y abandono crónico como el de Buenos Aires.
¿Qué tipo de problemas tan extraordinarios padecemos que nos resulta imposible lograr lo que bajo toda clase de gobiernos se ha conseguido en todo el mundo? Buenos Aires tuvo durante muchos años el privilegio de ser reconocida como la ciudad más limpia y más cuidada de América, y ahora, increíblemente, es tristemente famosa por todo lo contrario.
Pero comencemos por reconocer que la actual administración se ocupó en los primeros momentos del tema, y que muchas cuadras de la ciudad fueron rehechas íntegramente. Pero fue un esfuerzo parcial, y los esfuerzos parciales significan, finalmente, trabajo y dinero desperdiciado. ¿Alguien puede ignorar que el principal problema de nuestras veredas- ya sean nuevas o antiguas- consiste en que las empresas de servicios públicos las rompen continuamente para hacer reparaciones?
Como los que rompen no son los que arreglan, quedan así por tiempo indefinido, las zanjas cubiertas de tierra y cascotes, sin que nadie se ocupe más del asunto. Claro, los vecinos podrían protestar. Y de hecho, lo hacen. Pero todo el mundo sabe las exasperantes dificultades que conlleva la tramitación de cualquier reclamo, y es también sabido el resultado final: inútil y desgastante frustración.
Quizás pasado muchísimo tiempo, finalmente aparezca una cuadrilla de obreros tercerizados que a enorme velocidad coloca malamente unas baldosas desparejas y se esfuma dejando las cosas peor que antes. El “arreglo” a los dos días es un tembladeral de baldosas rotas y barro. Esto puede observarse prácticamente en cualquier parte, y por dar un ejemplo podemos señalar las veredas pares de la avenida Las Heras entre Azcuénaga y Callao. Parecen haber sufrido un bombardeo; la gente camina esquivando las trincheras abiertas con riesgo de sufrir un accidente fatal. Nos referimos a la gente sana, normal. ¿Qué podríamos decir de las dificultades y los riesgos que corre la gente impedida, que camina con bastones, muletas o andadores? ¿Y los ciegos…? Y esto no es cosa de hace unos días, han pasado meses y allí están, como si fuera el estado natural de las cosas. Y así en tantos y tantos lugares…
¿Quién debe hacerse cargo del estado de las veredas? ¿El Gobierno, los vecinos, las empresas que las rompen?
En este último caso: ¿Cómo es posible que veredas recién hechas sean rotas a los pocos días? ¿No es posible coordinar acciones entre los entes públicos para que no estemos siempre haciendo y deshaciendo? Y cuando se “reparan”: ¿No existen inspecciones que certifiquen la correcta realización de los trabajos?
En fin, es imposible en pocas líneas consignar fielmente el estado de desastre de las veredas de nuestra ciudad. Es obvio, evidente, todos lo sabemos y padecemos. Podríamos señalar miles de lugares que requieren urgente reparación, pero preferimos elegir uno emblemático, por la antigüedad y el tamaño. Abarca todo el ancho de la vereda y los días de lluvia manos piadosas intentan cubrirlo con maderas y cartones. Puede visitarse las 24 horas del día, feriados inclusive. Está en la calle Viamonte entre Suipacha y Esmeralda, frente a la Dirección de Rentas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.—FXBA