Victoria y Mateo
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No. No es una pareja, como podría ser Manuela y Jorge. Es más bien un caso de travestismo, muy extraño por cierto, ya que no tiene nada que ver con el sexo. Victoria, en este caso, no es el nombre de una mujer sino de un carruaje. Así al menos lo fue hasta las primeras décadas del siglo pasado. Hagamos un poco de historia.
Ubiquémonos en Buenos Aires en los años inmediatamente anteriores al 900. ¿Cómo se trasladaba la gente? A pie, claro, en carruajes particulares quienes los poseían y en tranvía -o tranway- los más. Pero también estaban los coches de alquiler, con su correspondiente cochero y su sufrido caballo, ataviado con un sombrerito de paja en el verano y ornado por cabezada, anteojeras, yuguillo, pechera, silleta, tiros, retranca y baticola claveteadas con primorosas estrellas, tachas y ornamentos de bronce.
Estos coches de alquiler, nuevos, lustrados y airosos, importados de Inglaterra, luciendo sus capotas y elegantes herrajes paseaban durante las soleadas tardes sobre las arenadas avenidas de adoquines de madera, y por las madrugadas esperaban estoicamente a los muchachos jaraneros en la puerta de los cabarets y lugares nocturnos de la época. Tenían paradas, especialmente en las terminales de trenes, donde aguardaban a los pasajeros venidos del interior, con sus valijas y bártulos, para conducirlos a los hoteles del centro.
Estos carruajes, tal vez en homenaje ambulante a la eterna reina de Inglaterra de esa época, se llamaban Victoria, aún cuando el vulgo no los llamara así. A esta altura, alguno dirá: ¿Y que tiene que ver Mateo con todo esto?
A eso vamos. A partir de 1923 cambia esta historia que venía desarrollándose apaciblemente desde hacía más de treinta años. Como tantas veces, es el progreso el que oficia de verdugo en este caso. Ya venía insinuándose desde hace unos años, precisamente después del final de la Primera Guerra Mundial en 1918, el auge del automóvil de alquiler, es decir el taxi. Eran evidentes las ventajas: Mayor velocidad, más fácil manejo y comodidad para el conductor que no manejaba a la intemperie, no se dependía de la salud o estado físico del caballo, ni había que pensar en el corralón, el agua, la rasqueta y los fardos de alfalfa. La única contra era el precio, ya que no cualquiera podía costear la compra de un automóvil. Pero algunos podían, y luego otros más, y otros y otros que fueron pasándose de bando, mientras, paralelamente, iban raleando las filas de los sufridos cocheros enfundados en los gastados sobretodos de cuello y solapas levantadas.
Este patético cuadro es captado por el teatro. Armando Discépolo, creador del grotesco criollo, estrena en 1923 su obra “Mateo”. Este es el nombre que su protagonista, un viejo cochero, le da a su compañero y socio en la calle y en la vida y que no es otro que su caballo.
El cochero, un viejo inmigrante italiano, con una desolada realidad familiar, no encuentra otro alivio para su yugar cotidiano que monologar con su sufrido amigo. Pero no haremos la historia de la pieza, que tuvo un gran éxito, tanto así que Mateo al día de hoy es uno de los clásicos indiscutidos del teatro nacional. Tanto fue el éxito, que la gente pasó a llamar así a todos los cocheros, y por extensión, y ya definitivamente, a los mismos carruajes. “Che, llamá un mateo…” era la frase de quien se dirigía a un comedido para conseguir un coche para trasladar un colchón o trastos variados que por su volumen no eran aceptados en un taxi.
Luego aparecieron los taxiflets que hicieron anacrónicos e inútiles los viejos vehículos, y la prohibición de la tracción a sangre fue el definitivo golpe de gracia. Los viejos corralones empedrados de extramuros, que daban vivienda a los cocheros y a su vehículo, y cobijo y alimento a los caballos, han sido reciclados hoy en día y su precios harían palidecer a sus antiguos habitantes.
Pero los Mateos no se resignan a morir. Patéticamente pintados de blanco permanecen algunos a la vera del Jardín Zoológico para dar una vuelta por un circuito de las inmediaciones. Nada tienen que ver con aquellos de hace un siglo, ni la ciudad tampoco es la misma.
Como testigo y cronista de los cambios que el tiempo impone, la canción porteña reseñó estos acontecimientos, y así fue que varios tangos nos hablaron de Victoria y Mateo. Así comienza uno de ellos “Viejo Coche”, de Pereyra y Celedonio Flores:
“Viejo coche que cuando era
Un muchacho calavera
De madrugada ocupé…
Si por pura fantasía
De la milonga salía
Y a Palermo me tiré…
Eras nuevo y lustroso
Y tu buen caballo brioso
Por el centro te lució…